Gran parte de los países del mundo, entre ellos Argentina, son actualmente socios del Fondo Monetario Internacional(FMI), organismo mundial de crédito con cerca de 80 años de historia. Conocido por prestar cuando otros se niegan, el FMI se vislumbra la mayoría de las veces como la única alternativa ante situaciones financieras críticas.
Por Facundo Orcellet
El FMI, al igual que el Banco Mundial, vio la
luz en 1944 producto de los acuerdos de Bretton Woods, cuya firma se
produjo en plena Segunda Guerra mundial. Si bien por entonces no se
sabía con lujo de detalles el desenlace del enfrentamiento bélico, sí existían
claros indicios de quién sería el gran vencedor: Estados Unidos.
En ese contexto, y a sabiendas del resultado ulterior,
el FMI fue una de las estrategias impulsadas por Norteamérica para
justamente erigirse y mantenerse en lo sucesivo como el actor central y
dominante de la economía mundial.
Desde entonces, el FMI se ocupó de prestar divisas a aquellos países en crisis con agudos desequilibrios en sus balanzas de pagos, con el objetivo de que pudieran corregir las mismas sin aplicar restricciones que perturbasen el comercio internacional, factor decisivo para el común de las economías nacionales a raíz de la creciente globalización.
Pero la liquidez del FMI que se derrama sobre los países en problemas implica el pago de un elevado costo para estos, dado que el organismo intercede en la política tanto económica como fiscal de los mismos a fin de consensuar metas de ajuste cuyo cumplimiento garantiza, por un lado, los desembolsos del préstamo concedido, asegurando por otra parte la solvencia del prestatario para la devolución de los fondos.



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