Por Luciana Soldá
A primera vista se nos revela que las presidenciales en los Estados Unidos son esta vez decisivas para el rumbo futuro del sistema político estadunidense y, consecuentemente, para las correlaciones que prevalecerán en el porvenir del sistema-mundo. En medio de una crisis geopolítica de enormes dimensiones, una pandemia que muta en depresión económica, social y psíquica y una sociedad que vive entre el miedo y el resentimiento, me atrevo a decir que son las elecciones más importantes de la historia de los Estados Unidos.
Nadie tiene dudas de que Donald Trump es y era peligroso. Durante los cuatro años que duró su mandato, su discurso y sus decisiones estuvieron cargados de racismo, xenofobia, misoginia. Pero qué ganó con Joe Biden. Me atrevo a decir que ganó lo que la politóloga norteamericana Nancy Fraser llama “neoliberalismo progresista”, ya que Biden representa el ala más conservadora del partido demócrata. No será fácil responder si el resultado electoral estadounidense traerá mayor tranquilidad a la región y el mundo, ya que la hostilidad de la política exterior estadounidense es consustancial a su papel como potencia hegemónica del capitalismo mundial, mucho más en tiempos en que se disputa su lugar, muy especialmente desde la producción.
El nuevo
presidente recibirá enormes presiones para dar marcha atrás a muchos de los
cambios radicales en temas que van desde la política exterior hasta la crisis
climática. Igual vale rescatar una de las elecciones con mayor participación de
la historia estadounidense, aun cuando los que no votaron son más que los que
votaron por los Demócratas.
¿Qué
esperar de este lado del mapa?
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| Ilustración: Mariano Vior |
Casi se podía predecir que nada iba a cambiar para América Latina y el Caribe si Donald Trump lograba su reelección. Ahora el triunfo de Joe Biden abrió la caja de una cantidad de interrogantes: entre ellos, si logrará asumir el mando y para qué lo asumirá. No olvidemos que los Demócratas que ahora gobernarán tienen historia de guerras, invasiones e injerencias varias que afirman el carácter imperialista de EEUU.
Solo
hay que recordar la historia larga en nuestra América, aunque alcanzaría con
los acontecimientos recientes, ayer nomás en el 1973
chileno, como ejemplo muy concreto, por lo que representó como gran ensayo
de lo que hoy se llaman políticas neoliberales. Pero antes y después en Vietnam o en Libia, en Cuba,
Venezuela y cualquier territorio que osara confrontarlos para intentar, aun con
errores, caminos propios, de autonomía e independencia.
Argentina,
Chile y Bolivia en particular, son muy importantes porque uno de los sectores
estratégicos para la economía verde norteamericana son los minerales como el litio, y también las tierras raras, que se encuentran en
Latinoamérica (y no se necesita importarlas de China), imprescindibles para el
desarrollo del sector estratégico como el de los armamentos y las supercomputadores.
Muchos
esperan que la política estadounidense hacia América Latina dé un giro brusco,
dadas las declaraciones de Biden sobre aumentar la cooperación continental en
problemas en la región, como la violencia y la pobreza,
elevar la importancia de otros asuntos en la agenda hemisférica, incluidos los
derechos humanos, el medioambiente y la corrupción
Esto pondrá a
prueba el vínculo de Washington con países como México o Brasil, según expertos.
Diplomáticos y ex altos funcionarios estadounidenses sostienen que sus
posiciones en materia de comercio, derechos humanos, cambio climático y lucha
contra la corrupción podrían resultar incómodas para algunos de los gobernantes
de la región, acostumbrados a un Trump, que hacía la vista gorda. Ahí está el caso de Brasil, el presidente Jair Bolsonaro ha buscado cultivar una
relación estrecha con Trump con base en su afinidad ideológica y alineamiento
político. En cambio, el plan de Biden de colocar sobre la mesa temas
medioambientales puede generar tensiones con el gigante sudamericano.
Pero
Bolsonaro no es el único que se jugó por el candidato republicano. También lo
hizo el colombiano ultraderechista Iván Duque, que ahora teme la reducción y/o
fiscalización de los miles de millones de dólares que recibe anualmente para, supuestamente,
combatir el narcotráfico y la violencia.
Algunos
prevén que la política del demócrata Biden para América Latina se parecerá a la
que primó durante el gobierno de Barack Obama entre 2009 y 2017, cuando él fue
vicepresidente. Sin embargo, desde su círculo de asesores se sostiene que en
cuanto a Venezuela, al igual que con Cuba, es poco probable que vuelva
directamente la tregua de la época de Obama; la influencia de los votantes
latinos ultraderechistas en el estado clave de Florida se encargará de eso. Es
más probable que se avance con pasos cautelosos para crear confianza.
Valeria
Carbone, historiadora y especialista en EEUU, en
una entrevista con el sitio Nodal, expresó: “Con Trump o Biden no creo que
haya cambios sustanciales hacia la región”. A lo que agregó que definitivamente,
el gobierno norteamericano está preocupado por la presencia china en la región.
Y el hecho de que China se convirtió en un prestamista para gobiernos
latinoamericanos. Por lo que este será un tema clave de discusión en el
gobierno al norte del mapa.
El
caso particular de Argentina
Hay
expectativas económicas y políticas. Entre las primeras el
acuerdo en negociación con el FMI, donde EEUU es socio mayoritario. Desde
Washington salió la orden para financiar la campaña electoral de Mauricio Macri
con el préstamo en 2018 por 57.000 millones de dólares (md) de los que solo se
desembolsaron 45.000 millones.
Pero
más allá de lo financiero está lo económico y comercial. En materia de
inversiones, la Argentina no es destino principal de las inversiones
estadounidenses en los últimos años, más parece ser de aquellas que provienen
del gran competidor mundial de EEUU, el gigante asiático. En lo comercial, el
tema es delicado ante el recurrente déficit del intercambio entre la potencia
del capitalismo mundial y la Argentina, algo en común con China.
Resulta
difícil imaginar que estos temas puedan resolverse en la nueva gestión
demócrata. Mucho menos las diferencias relativas a la política externa, no solo
por los intereses estratégicos de EEUU, que no auguran muchas diferencias aun
con el cambio del gobierno, sino por las dificultades de lecturas dentro del
gobierno argentino. Aún con la
presencia de Alberto Fernández en la asunción de Luis Arce en Bolivia, que
muchos pronostican como un nuevo tiempo en el aliento a la integración
alternativa, la realidad es que existe presión dentro de la alianza en el
gobierno (Frente de Todos) para sustentar una política externa subordinada a la
estrategia internacional de EEUU.
En
última instancia, el dilema político que problematiza el proyecto socialista,
problematiza también la realidad de toda la sociedad, regulada por las leyes
del mercado. Tanto desde donde se dictan las reglas del juego, como en los países que
se ven obligados a aceptarlas. Para el mundo dependiente se trata de un dilema
entre la sumisión, la aceptación, la obediencia, y la complicidad con los
poderes globales o, por el contrario, el descubrimiento del poder del pueblo en
las condiciones histórico-concretas y del modo de hacerlo valer, hasta
imponerse en la concepción y la realidad del Estado. Este es en el fondo el
reto de la democracia verdadera.
No
veo cómo despejar del itinerario de violencia que acarrea lo que hoy se nos
presenta como democracia norteamericana. Se va Donald Trump y entra Joe Biden.
Se va el xenófobo que hizo de su odio racista antinegro y antilatino su
plataforma para llegar al gobierno de Estados Unidos. Se va el presidente que
pisoteó los acuerdos climáticos y gobernó a fuerza de desparramar odio por
Twitter. ¿Con el casi octogenario Biden llega algo muy distinto? Los antecedentes
del demócrata son penosos también: misógino, racista, apoyó todas las
incursiones militares ordenadas por Barack Obama como su vicepresidente. Pero se
va Trump, y es noticia.
El bipartidismo en EEUU acarrea la misma edad que la democracia del país, la Casa Blanca no ha visto pasar por su oficina Oval a un presidente que no traiga consigo el color rojo (republicanos) o el azul (demócratas), ni hablar de una mujer ocupando el cargo de comandanta en jefa.
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| Foto: https://www.mdzol.com/ |
Debemos ver asentarse -al menos en el seno del Partido demócrata- un tiempo de maduración para una postura consensuada hacia una sociedad más equitativa, con contenidos más equilibrados y estables de justicia social, con una visión internacional basada en el respeto recíproco y una política de paz que no se limite al discurso.
Fuentes:



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