La
eterna disputa
Las rivalidades son históricas, despiertan en el ser humano ese cúmulo de emociones de aversión del uno hacía el otro. Van a surgir siempre que haya algo en juego, la posibilidad de competir y la aspiración de ganar. La política no escapa a esa lógica. La partida estadounidense se disputa hace décadas entre el Partido Republicano y el Partido Demócrata. Los primeros se consolidan con predominancia en los estados del centro, mientras que el segundo prevalece en las costas y las grandes urbes. Sin embargo, la división ideológica va más allá, a consecuencia de la poca fidelidad partidista del país y la libertad de conciencia. La pugna de ideas se hace notar incluso en el interior de los mismos partidos.
Los matices del azul
Pretender que un partido político que convoca
a millones de individuos tenga una línea de pensamiento unívoca y consensuada
por todos sería, por lo menos, iluso de creer. Desde tiempos remotos las
diferencias internas se hicieron notar. Su accionar general tiende, a grandes
rasgos, a representar la socialdemocracia estadounidense pero sin oponerse al
capitalismo de mercado como único sistema económico. Su posición respecto a la
intervención del Estado en asuntos sociales, culturales y políticos es lo que
más los diferencia de los republicanos.
Tradicionalmente la división interna se
basaba en demócratas conservadores, moderados y liberales. Sin embargo, con el
pasar de los años estas separaciones se fueron disolviendo y creando nuevas, al
punto de que prima la heterogeneidad de posiciones dentro de este partido como
en ningún otro. Este año las grandes diferencias son encarnadas por la
oligarquía financiera por un lado, y dos alas progresistas por el otro, una de
ellas más cercana al socialismo estadounidense.
El establishment está representado por la fórmula Joe Biden – Kamala Harris, quienes cuentan con el apoyo de figuras centrales del partido como los Clinton´s y Barack Obama. La elección de los candidatos no fue casual. En tiempos de crisis optaron por estrategias básicas y sin salir de su zona de confort, suponiendo que el electorado no estaba listo para seguirlos en cambios muy drásticos respecto a sus políticas habituales. Apuntaron por caras familiares, como la del ex vicepresidente que formó parte durante ocho años del gobierno demócrata anterior y cuyo perfil ideológico va encaminado hacia un previsible reformismo moderado. Mientras que, la senadora se amolda a la agenda social actual: ante una coyuntura en la cual preponderan cuestiones étnicas y de género. Postular una mujer, hija de inmigrantes y de color resulta una táctica de escritorio para los demócratas.
La otra cara más popular está representada
por el senador de Vermont, Bernie Sanders. Se autoproclama independiente y
socialista y puede considerarse la rama más progresista dentro de los
demócratas. Su discurso es característico por arremeter contra las fallas del
propio partido, el lucro desmedido de las empresas y la desigualdad económica y
social que eso genera. A su vez, se lo destaca por el apoyo a políticas
sociales que beneficien a la clase trabajadora.
Por otro lado, está la senadora de
Massachusetts, Elizabeth Warren. Su pensamiento político siempre fue acompañado
de su accionar, y para su candidatura a presidenta no prometía menos.
Propuestas como imponer una tasa de impuestos a los ultra-millonarios, luchar
contra la influencia de las grandes corporaciones sobre el Pentágono, promover manufacturas
ecológicas, ayudas económicas para quienes más lo necesiten y redefinir la
economía actual del país fueron algunas de las consignas que la hicieron
destacar. Sin embargo, al igual que su compañero progresista de Vermont, en
marzo abandonó su campaña para competir en estas elecciones.
No todo es como parece: la inconsistencia del rojo
El Partido Republicano, conocido como el
sector que representa los valores del conservadurismo social y el liberalismo
económico en Estados Unidos, presenta divisiones internas desde su fundación. Ya
en sus inicios y hasta mediados del siglo pasado este bando era concebido como la rama progresista del país, asociada a la defensa de los intereses de la
industria nacional, el trabajador y el comerciante y la abolición de la
esclavitud. En su auge lograron el dominio del escenario político durante 75
años, hasta que la Gran Depresión lo hizo tambalear.
Tras reiteradas pérdidas en las elecciones
presidenciales y una minoría en el Congreso que costó remontar, el partido se
volvió simpatizante con los opositores de los demócratas y así obtuvo el apoyo
de los grupos conservadores, empresariales y de las clases medias altas y
altas. La recuperación total del poderío en el juego político, pese a haber
ganado la presidencia en años anteriores, fue con la victoria de Ronald Reagan
como Presidente. Nuevamente, recuperaron la mayoría en la Cámara Alta, la cual
conservan hasta hoy. El partido llevó adelante una línea de acción de
liberalismo económico, junto con recortes fiscales y la reducción de la
intervención estatal.
En tiempos no tan lejanos, más precisamente en las elecciones de 2016, el Partido Republicano hacía notar sus conflictos internos en cuanto a la postulación de Donald Trump como candidato. Múltiples estrategas y figuras reconocidas del partido, como Carlos Gutiérrez –ex Secretario de Comercio de George W. Bush–, manifestaron su inconformidad y rechazo hacia el magnate, señalando que éste era incapaz de lidiar con asuntos internacionales, que sus propuestas económicas eran disparatas y que su carácter era voluble y peligroso. Sin embargo, hoy el panorama cambió.
En la actualidad, a diferencia de sus contrincantes demócratas, los republicanos muestran un frente unido y apoyando la reelección del empresario neoyorquino. En las primarias presidenciales realizadas a principios de marzo, el actual gobernante se impuso a sus dos competidores, Bill Weld, quien se retiró antes de la votación, y Roque de la Fuente, por una amplia diferencia.
Comentarios
Publicar un comentario